viernes, 6 de julio de 2012

De la naturaleza paso por el tiempo y llego al corazón de mi mamá


Buenas noches mis amigos hasta ahora sigo con la costumbre de escribir por las noches, hoy quiero hablar sobre cosas o circunstancias con la cuales nos relacionamos a diario y nos parecen tan rutinarias, que nos olvidamos lo mágico de su esencia y valgan verdades son las únicas cosas que perdura en el espacio así nosotros existamos o no, me refiero a la “madre naturaleza y el padre tiempo”.

Algunos pueden poner en tela de juicio la existencia de Dios o de un ser supremo creador de nuestro universo, pero no podemos poner en tela de juicio la existencia del tiempo y la naturaleza, a una le pagamos con ingratitud su cobijo y nos negamos a mejorar sus condiciones por la ciencia y la tecnología, mientras que el otro solo sabemos medirlo por un reloj, dejando atrás su verdadero valor, mientras que nosotros vivimos en un mundo de apuros el tiempo tiene la paciencia suficiente para ganar por cansancio y muchas veces nos da un espacio para la reflexión profunda de nuestra vida.

De hecho el tiempo y la naturaleza son tan importantes como comer y vestirnos, recuerdo que tres personas muy queridas para mi tenían el tiempo suficiente para rememorar sus vivencias e interacción con la naturaleza que lo vio nacer. Estos tres personajes son mis abuelos Rosendo, Roberto y mi tío abuelo Alfredo Chang Cuan. Los tres que en paz descansen se conocieron en la tercera edad, pero conversaban como amigos de infancia alrededor de una mesa cuadrada con un té y varios paquetes de galletas encima.

Mi abuelo Roberto como ya he contado nació en el distrito de Viraco, en la provincia arequipeña de Majes, mientras que mi abuelo Rosendo vino al Perú de mi muy bebe procedente de la lejana Cantón en China, y don Alfredo Chang era un tusan imponente y conversador como muy pocos han existido. Los tres por sus ocupaciones y profesiones viajaron por todo el Perú recopilando experiencias con las cuales educaron a sus hijos y fue su mejor punto de coincidencia para sus largos lonches sabatinos en una casa del aristocrático San Isidro, donde hasta ahora se puede sentir la vibra dejada por sus octogenarias voces en cada pared.

Mientras que Roberto fue un policía y militar que aprendió el quechua de la manera más entretenida y terca, Rosendo fue un comerciante que con buena o mala suerte, sembró buenos amigos, pero no grandes riquezas, mientras que Alfredo era la “clase” emergente de la época con sus dotes para ganarse la confianza de sus clientes en una larga conversa e intercambio de ideas para mejorar los negocios de la época en un carrera inhóspita la Lima de inicios del siglo XX: la publicidad.

Rosendo solía hablar de sus viajes de comerciante por toda la costa, mientras que Roberto contaba como había sido su vida en Puno, Cusco y Arequipa, Alfredo en eso si marcaba una diferencia clave, él había viajado por gran parte del Perú en costa, sierra y selva vendiendo avisos para la revista Oriental, en la cual también laboraban mi tío Gabriel Acat y mi tía Leonor como redactor en jefe y dibujante buena moza, cuyos pretendientes no pudieron conquistar.

Era divertido sentarme en la escalera de la casa de don Alfredo escuchando como de una manera u otra los relatos sobre el Perú tenían como factor común la buena fe del peruano comerciante y de clase media ascendente, los tres llegaban a un punto tal vez difícil de creer para el día de hoy. Tanto Alfredo, Rosendo y Roberto describían en el peruano de su juventud a un ser humano lleno de nobleza, religiosidad, y amor familiar.

Tanto Alfredo como Rosendo y Roberto habían llegado al puerto de Mollendo en ocasiones distintas, con distintas obligaciones que cumplir y era delicioso escuchar sus conversaciones sobre la comida marina, en especial sobre el pescado frito y la huevera, a su vez recordaban juntos como el sol caía al atardecer con una sensación de paz en medio de sus problemas propios de la vida de cada uno de ellos.

Ambos tuvieron en común a una mujer que amaron con la misma pasión con que la vieron crecer y ser parte de su familia, sin duda esta no puede ser otra que doña Ana María Acat Koch, para Rosendo fue su hija y primogénita engreía, para Alfredo fue una de sus sobrinas engreídas a la cual le inculto con su ejemplo a comportase a la altura de las diferentes circunstancias de la vida, y para Roberto fue su nuera y estoy seguro hija que nunca tuvo pues lo cuido tanto o más que sus tres hijos.

Rosendo le enseño a mi madre como es desvivirse por la familia, Alfredo le dio la clase con la cual lleva su vida, mientras que Roberto le dio un esposo y le mostró el coraje para vivir sin renunciar a un ideal de vida.

Es complicado hablar de mi mamá sin elogiar su buena voluntad y sus ganas por vivir, es difícil hablar de mi mamá y no mencionar a su increíble esposo, si tuviera que llevarlos a la televisión tendría que ser un remake de la mujer biónica y el hombre nuclear. Que difícil hablar de mi madre sin hacer un mea culpa por lo injusto que soy con ella a diario y no perdonar sus errores que solo fueron falta de experiencia maternal y su priorización de trabajo para que nunca falte un pan en mi casa.

Es difícil hablar de mi papá sin enviar un saludo a doña Ana María lleno de cariño por que este ángel a todos tocó en su corazón con una fe que va más allá de cualquier religión y se traduce en una gestión para cambiar una realidad adversa o un llanto de esperanza que oculta una mujer con el dolor de los años por lo poco gratos que podemos ser en casa.

No es mi mamá, no es la esposa de don Roberto, no es la abogada o la doctora es Ana María, una mujer que nunca renunciará a mantener a su familia unida por un ejemplo de entrega diaria y conversación telefónica, después de todo se merece relajarse en la tranquilidad de la casa y darse sus “loras” con la persona que necesite de ella un mensaje de fe, de manera natural y que trascienda al tiempo.

   

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