lunes, 13 de mayo de 2013

Cuando descubrí que me gustaba escribir?


Fue un lunes frío de mayo del 2013, justo el día en que aprendí a usar mi fuerza bruta para abrir un candado. Era un amanecer como cualquier otro en un otoño de niebla, con mi padre y mi  madre increpandome por ser mal hijo al haber cogido la llave de su cuarto a las espaldas de la noche era una acción desesperada puesto que estaba atrapado en el piloto automático del encierro monetario por las cuantiosas deudas que pagar a “tutilimundi”, entonces mi conciencia alborotada colapso porque el hijo del doctor y la doctora Rendón deudor moroso no podía ser fue entonces un martillo y una llave inglesa hicieron click al borde del candado, que resguardaba los pocos ahorros de mi padre en su maleta de recuerdos estudiantiles. 

Tome la mitad de los pocos ahorros, luego de esa mitad dejé la mitad, tomé la cuarta parte dejando un sencillo demás, en un segundo de ceguera e ira que me jalaba como la corriente al escuchar en mi cabeza menos loca que antes y poco menos cuerda que mi padre estaba en la pobreza por ello llegué al fondo de la maleta con mi mano temblorosa acompañada con una lagrima salida de un sudor de rencor puro hacia a mí y mis actos de maldad de pura contra quienes me dieron la vida con amor.

Un par de billetes de 100 soles y otros pocos de 10 cogí en mitad, dejando un cuarto al revés sobre mi vergonzosa humanidad, de allí deje una mitad sacando una cuarta parte, pensando en que debía de dejar a mi perro a buen recaudo, irme de casa y soñar con un trabajo de obrero o cobrador de combi en alguna provincia limeña, pero antes de ello mi celular debía componer fui a la ex CPT (hoy Telefónica) donde la cola incluía un presupuesto de 40 minutos de espera en el mejor de los casos (total no tenía nada mejor que hacer), sorpresa fue para mi que mi celular malogrado no estaba solo desconfigurado (quien sabe Dios por qué) y en menos de 20 minutos un recepcionista medio chino él y con mucho de criollo arreglo, pero mi oídos qué cosas no escucharon alrededor de frente, pal costado y atrás, una de las quejas (hay que decirlo) era de una pareja que tenía deuda refinanciada por pagar y eran impedidos de hacerlo allí (en el local de la empresa) siendo enviados a un banco con una gran cola de por medio ( al estilo espera desespera).

Al salir del bendito y glorioso lugar de la ex CPT (Compañía Peruana de Teléfonos)   caminé en círculos y alrededor de una gran sed, terminada con una chicha morada y abriendo el apetito con un alfajor antes de almorzar, para ello hablé con papá y mamá (si se puede decir eso, cuando solo fue  un monólogo mío de mi), pero ellos solo querían escuchar un problema (que se los di, de hecho) y no una solución a  mi crisis económica-existencial, por ello divagué entre pasos calientes llenos de veredas de frío (por el clima y el cemento) hasta que una combi me adoptó como pasajero sin sencillo, pues no pagué la china (cincuenta centavos) que me cobraban por tres o cuatro paraderos en mi haber, por ello salí raudo del vehículo.

Minutos después entre el tráfico tomé un taxi hacía un terminal de buses interprovinciales y a la hora del almuerzo entre un menú y un jugo de papaya escribí: “Estaba solo con mi jugo de compañía y el arroz blanco con mantequilla de segundo en el restaurante de un terminal de buses interprovinciales, pensando en la excusa para volver a casa sin ser castigado, al momento que me invadió la necesidad impetuosa de tener un lapicero apretando mis dedos, entonces supe que amaba escribir, tanto como a mi perro, mi familia, mi nueva familia (la cual fundaré con Mei Ling, sin duda alguna), pues ella sin duda será mi esposa más pronto de lo pensado por mi”.

De hecho mi papá me extraña, mi mamá me ama, mi perro me adora, mi hermano indiferente me seguirá (por lo menos así lo siento yo) y Mei Ling tranquila conmigo podrá estar y yo descubrí que solo quiero escribir, tener mis cuentas al día y trabajar en algún negocio de bien que sea rentado y me permita desahogar mi quehacer frente a una pc cada noche del mañana y del hoy, pero con un abrazo de mi padre, mirada de mi madre que orgullosa vea a su hijo ser quien siempre quiso ser:  un contador de historias que ría ame y llore de alegría al nacer, cada mañana y de cuando en vez.

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