Soñadores de la Justicia, buenas
tardes (aquí y ahora) hoy es un día de esos grises de Lima, aquellos días que
son de lápiz y papel, esas tardes donde la Tv se vuelve obsoleta y la
computadora es una compañía de damisela.
Así que entre las líneas que contaba
mi padre (don Roberto Rendón Vásquez), en sus pocas frases fraternas con mi
hermano (don Roberto Rendón Acat), sale a mi mente una, ocurrida en 1994;
durante un viaje al oriente lejano, exactamente a la ciudad de Shenzhen, donde
todavía debe existir un atípico restaurante giratorio ubicado (me parece) en un
piso 20 de una torre de gran tecnología para aquellos años, donde en Lima no
había sino computadoras 286, 386 y 486.
Allí en Shenzhen existe una urbe tan
moderna como Los Angeles (Estados Unidos), el destino decía que sería un
Tijuana y que se rompería un muro para cruzar la frontera rumbo a la calidad de
vida del sueño de los negocios en Hong Kong (una ex colonia británica), pero la
vida te da vueltas o tú la volteas si así lo deseas.
Shenzhen, hasta lo que mi tío Carlos
contaba, en 1986 cuando veía tv en un televisor solo captaba canal 33, era un
pueblo en pleno desarrollo que explotaba la pesca como medio de vida y en menor
medida la agricultura, pero es allí donde la porcelana ponía el punto medio
entre el hoy y el mañana, es así como más de 22 años después viene a mi mente
la mesa redonda de ese restaurante de 20 pisos o más, donde iniciabas el
desayuno en el sol de occidente y terminabas en el sol del oriente.
Roberto, mi hermano quedó sorprendido
con un “show men”, cuya única labor era servir el té con uniforme de Bruce Lee
con una teteta que tenía un pico equivalente a dos reglas de 60 centímetros,
dicha tetera era de cobre y su dorado, resplandecía para mis ojos, como oro
Inca había visto solo en un libro de la primaria de nombre Escuela Nueva.
El show de servir el té, era tan arquitectónicamente
perfecto, que la armonía de la tetera encajaba con la tasa porcelana que
delante de mi tenía, por supuesto Roberto quedó impactado, aquella noche él
solo hablaba ante un televisor de más de cien canales, que estaba deslumbrado y
asombrado por aquello que nunca más volvió a ver, pero allí no quedaba la
historia, en dicho desayuno de restaurante giratorio había él (mi hermano)
soltado la frase: “quisiera una tetera así, para mi desayuno en Lima”, bueno
entonces un día y medio después al llegar a la estación de tren que nos llevaría
a Hong Kong, vino una alegría y una tristeza que sello con frases vividas mi
padre (aquel señor para cuya vida no había fronteras a excepción de una, que es
para luego hablar).
Allí en la estación de tren llegó el
anfitrión con una caja, donde bien podría entrar una alfombra y le dijo a mi
hermano: “Esto es para usted”, pero que era, pues la tetera de cobre y brillo
de oro Inca, tal cual como era en la que nos sirvieron el desayuno, en el
restaurante giratorio.
Roberto, agradecido y mi papá confuso
se interpuso a decir, “gracias, pero no la podemos pasar por aduanas de los
tres aeropuertos más que pasaríamos en aquella travesía (Hong Kong, Seúl, Los
Angeles y Lima), así que con tristeza y ahora con nostalgia viene a mi mente,
lo que don Roberto Rendón Vásquez nunca se pudo sacar de chino por adopción y
abrazo de hermanos con Chu Chang King (dicho sea de paso, solo recuerdo el
nombre y no el rostro).
“China, es una cultura ancestral
basada en la disciplina del servicio, en el común tener de acuerdo al trabajo
que realizas. No es un país que duerma en resignación, por el contrario es un
continente basado en la arquitectura de porcelana, esa que es fina, dura y solo
se quiebra donde la confianza termina”, es así como lo aprendió Roberto Rendón
Acat, no sé qué habrá sido de la tetera que dejamos en la estación de tren,
pero si sé que donde esté en las estrellas de la que ahora es una gran urbe asentada
por el imperio Disney, debe estar en manos de una reyna, sintiendo el trabajo
firme de un rey tusan.
PD: Dedicado al embajador Yan May.
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