Eran días
que no entendía, eran momentos que se volvieron borrosos y lugares que suenan
tan fuerte en mi cabeza, como misa dominical a la que iba mi abuela, era un
sitio que hasta existe en el jirón de la Unión, bautizado como Galería Boza y
donde hoy la venta de joyas de años 20, ha dado paso a la venta de sexo para
despedida de soltero y lugares de masajes.
Don Rosendo,
era un camionero, hijo de chinos de padre comerciante y de bisabuela que mía
que mi madre como nieta, no conoció. Era la historia de un balcón en la cuadra
cinco de Arnaldo Márquez, frente y al costado de colegio María Alvarado donde
ese caballero de delicada estampa que manejaba camión Lima-Huaral, con cigarro
en mano, veía como la ciudad cambiaba y su esposa peinaba, era mi abuela,
materno dicho sea de paso, a quien solo mi papá prestaba el carro.
Era el señor
que tomaba café entre dos puertas con cigarro en mano, compraba Expreso todos
los días, si cambiaba a República era solo el primer día de cada año, para
tener el calendario de los 354 días que estaban por venir.
Leyó la
historia del Perú, con todo el tiempo que le daba la vida, no dejo el cigarro
hasta que tengo yo uso de razón, pero no era un chino en quiebra, no era un
mercantil, pero voto por Vargas Llosa, tenía un amigo de abdomen prominente, “Chicho”,
me dijo era su nombre, yo lo conocí cuando mi mamá le absolvió una consulta.
Si era
Rosendo, Rose que con televisor de colores vio el Mundial del 86, pero no gritó
los goles de Maradona, nunca gritaba, en silencio se preocupaba, pero no
preocupaba, era un señor de delicados modales, de estampa generosa como su par,
mi abuelo Roberto (paterno este), pero Rosendo, no sé, era un toque diferente,
si le dije cojudo alguna vez, mi tía Inés se molestó y me asustó con la mirada,
Marlene fue quien de las primas vivió literalmente a un paso de su dormitorio,
si ella trabajaba en el banco Industrial, para luego volver a Huaral a decirme
de “porque no visito a mis abuelos”, era Marlena una sobrina que se convirtió en
una hija, era Carlos, quien lo hizo sonreír cuando ingresó ya mayor a estudiar economía
y derecho a la Garcilaso y la Villarreal, era Héctor a quien sabía comprender y
ahora en el cielo se abrazan como familia, era Felicita y Leonor a quien
Rosendo, les dio una hija (mi mamá), era mi mamá, quien fría como austriaca,
conversa como china y trabaja como china, no era Rosendo nada más, quien de
oriente seguía los pasos de su familia, habían Estrella, Leonor, Eugenio, Felicita
y una señora que no recuerdo su nombre que en Macao, me dejo familia que no
conozco, era Rosendo, hombre frío, compraba y vendía oro, pero tenía reglas,
costumbres, tradiciones que no se podían romper.
Si yo lo
conocí, sí lo conocí, lo conocí más ahora que en la redacción de Expreso, veo y
entiendo porque nunca dejó de comprar el diario donde ahora trabajo, había una
razón, Rosendo era de centro-derecha, leía el periódico como la biblia y
separaba el suplemento escolar, para dármelo cada sábado o domingo, en que de
visita iba.
Si de visita
hablo, diría sino fuera por Rosendo jamás hubiera conocido el Museo de Arte, en
el Paseo Colón, los museos de Grau y Bolognesi en el centro de Lima y si hay
algo cierto es que así como no se rindió ante la vida, nunca dejo de fumar la
cajetilla de Premier y de saludar al “Gordo” del kiosko de la esquina, frente
al Hospital del Niño y al costado de donde ahora hay un grifo, por una sola
razón Expreso no podía faltar, al lado de un cigarrillo y un café.
Era mi
abuelo, Rosendo Acat Cuan, quien me dio un ángel que hasta ahora no sabe
entender, será que de comerciante a abogada, hay un paso complicado de dar, el que
nunca vi y ese fue el retrato de un padre, abrazando a una hija, que es
china-peruana-austriaca y ahora cuida a un hijo de Arequipa, que en su profundo
dolor, por no decir te amo, sufre a escondidas, como cuando a escondidas se
caso mi mamá, con él, frustrando el deseo de poner de los brazos de Rosendo a
su hija en un altar, por qué, no lo sé, no soy papá o esposo, para resolver la
pregunta de que, por qué es tan difícil decir te quiero, en una familia, que
hizo del Perú, no una patria, sino un hogar al cual, nunca quisieron renunciar.
Te extraño
Rosendo, abuelo materno y conocedor fiel de la historia que no querías se
repita, en los que tus pasos tomaron.
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