Desde la
llegada de Saga y Ripley vino la farra del crédito, el despelote de las cuentas
y la facturación inalcanzable del IGV producido mes a mes, con una tarjeta, que
en buen cristiano es dinero plástico, que aún no lo has ganado, con el sudor de
una frente. Repitamos en términos de derecho patriarcal de un señor de raza
antigua, criado y ahorrado en el colchón de una cama: mi papá.
El crédito
es dinero que gastas y no tienes, cuando piensas en que quedarte sin trabajo,
es jamás. Es rico pues digámoslo claro, con pana y elegancia; pagar con tarjeta
puede ser el ego inflado de un imbécil o inocente que no mide sus consecuencias
o un racional economista que la tiene clara es solo para emergencias y el
gustito a fin de mes.
“Me fascina” decía la propaganda que luego nos
dio arder estomago cada sin de mes, es que comprar es un buen antidepresivo, díganoslo
así, cura las penas comiendo con el que funge de amigo o amiga y resulta ser tu
mejor psicoanalista que no hace más que comer, de tu pasada de banda electromagnética
en un telúrico (léase hotel si usted lee esto y no es de Perú).
De hecho que
las compras no solo son cosas de mujeres, es más cosa de hombres, porque así se
dan las chelas o el etiqueta negra de apellido Walker y de producto whisky.
Siendo
sincero no puede haber mejor forma de encontrarte cosmopolitamente con una “mina
o nena”, que con tú tarjeta de crédito en mano, pero para que debemos usar el
crédito.
Mi tía Dolly
(amiga inseparable de mi mamá) diría lo que nunca cumpliría, que el “crédito,
como comer chancho”, solo es bueno el 31 de febrero, es decir nunca, pero que
rico que lo usaría, sobre todo si habría que alquilar betamax, en los 80 cuando
en Lima solo salías de la cama, cuando bomba con coche, estallaba en la puerta
de tú casa (felizmente nunca viví en Tarata o en Ñaña), Dios mío por favor,
pero no puede haber nada más ateo y rabanito que una tarjeta de crédito, es que
rojo por afuera y cambia de color por dentro, por eso somos lo que somos y
estamos lo que estamos.
Es cierto el
crédito es un animal, que carcome familias, genera divorcios y pagas lo que
nunca usas, mejor anda a Mi Vivienda y usa el crédito, para la único que sirve,
compra tu depa a la altura de Faucett con Colonial, donde en una esquina un
colegio de abogado encontrarás, pero carajo yo quiero vivir en la ciudad
perdida de Andy García, antes de la revolución a una cuadra del Malecón para
ver el hotel Nacional, La Habana, pues chico, aunque sea allí, veo el mar, con
la cola Tropi en mano y la tía Candelaria, que estoy seguro un huevo de su
gallina, para comer me daría.
PD: Por sea…ca..so
Nadine, no acepto chocolates belgas, sino arequipeños.
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