lunes, 4 de noviembre de 2013

Papá: la historia del rey que no quería dar la mano


 

Esta es una narración dada después de un hecho ocurrido en 1993 una noche de verano en un lugar cuyo espacio físico aún existe, más no el alma con el que fue creado, se trata de mostrar como un soñador de la justicia que dio origen a este blog me mostró como manejar situaciones complicadas, lección que hasta ahora creo no haber aprendido y él a veces parece no aplicarlas en mi.

Resulta que mi papá don Roberto Rendón Vásquez, o el doctor Rendón Vásquez para todos aquellos que lo conocen por su raza y abolengo de abogado corajudo, un día tenía una practicante en su oficina de nombre Dalmacia (que hoy en algún lugar del mundo o Lima debe andar) y por aquellos días tenía un cliente que no recuerdo de cara y nombre, pero si la situación complicada que aquella noche de verano del 93 pasó.

Este señor tenía un juicio que estaba llevando mi papá como abogado laboralista y algo desesperado estaba mientras mi papá no llegaba y en la oficina aquel día o noche estamos Dalmacia, mi hermano (estudiante de segundo de derecho por entonces) y yo que estaba en vacaciones de tercero de secundaria.

El señor desesperado, mi hermano y yo de espectadores por aquel entonces y por supuesto Dalmacia quien tenía que manejar la situación de un señor que quería respuesta a su juicio, pero mi papá por algún motivo no llegada.

El señor desesperado (con razón o sin ella no lo sé) perdió la calma, discutió con Dalmacia y luego disgustado se fue.

Ya en el carro con mi papá, Roberto, Dalmacia explicando la situación y yo solo creyendo o habiendo sido testigo de lo testarudo que era el señor, solo escuchaba a mi papá entender el contexto, saber cuál había sido la reacción de todos y pasó a contar lo siguiente:

“Hace años en la era de las cruzadas había un rey que no solo era ostentoso, sino como toda persona vanidosa y cuidadosa con recelo de que lo da y mantiene en su furia de amo todo poderoso lo que nunca os dará, se estaba ahogando en una laguna de agua tibia y todos sus caballeros con la corte dorada le decían uno tras otros(eran como 20 según mi papá) ´señor  deme la mano y yo os salvo su vida´-por supuesto el rey no daba la mano y seguía pataleando para lograr no ahogarse-, así nadie comprendía porque este rey no daba la mano y sin embargo tampoco quería morir ahogado- quien entiende a este rey tan terco y yoista, se decía en la corte real, pero en un momento un sirviente de la cocina del rey se acercó y señaló que salvaría al rey”, eran las palabras de papá al manejar por la avenida Arequipa y luego dirigirse a la residencial San Felipe, donde su amigo Fredy Arana nos esperaba para una reunión en su ya extinta agenda de viajes.

Papá que por aquellos días manejaba un Peogueot, color blanco y se reponía de un accidente en su brazo derecho y tenia como hasta ahora lo tiene el don de escuchar a todos menos a mí, aunque terco nunca dejó de ser, seguía contando la historia que de seguro lo marco tanto como a mi.

“Bueno pues el sirviente que conocía bien los gustos del rey al servirle la comida diariamente se acercó al lago, se arrodillo en la orilla, extendió su brazo y solo atinó a decir ´su majestad os ofrezco mi mano, pues usted para dirigir al reino debe de salvarse, porque de ello depende la felicidad de miles de personas y el futuro de los niños de este lugar´, aquel rey por supuesto se salvó”.

La moraleja a mis 14 años aún no la comprendía en el segundo en que mi padre terminó de hablar tomo un respiro, paró en el semáforo de la avenida Gregorio Escobedo, donde ahora hay un grifo Primax y donde antes se filmó la novela Natacha, esperó hasta volver a avanzar y dijo este señor que por aquel momento vestía como siempre y hasta hoy zapatos negros, camisa blanca y un terno color marrón, que debe estar en el closet de mi abuelo, junto a la colección de bastones que el padre de mi padre usó hasta el año 2001 en que falleció don Roberto Rendón Zuñiga.

Y la moraleja en palabras de mi padre fue: “un cliente es un rey, al que no se puede decir no, tampoco siempre si, pero hay que saber que el soberano de toda empresa es quien paga por el servicio y hay que buscar la manera de halagarlo mientras se le hace sentir bien frente a una complicación, el cliente o rey busca una solución de nosotros y no un problema que llevarse a su casa, el cliente y el rey buscan irse a dormir sin preocuparse del día siguiente, solo sabiendo que allí estaremos nosotros para ofrecerle u otorgarle una solución a su problema”, eran las palabras de mi papá mientras estacionaba su Peogeot ya inexistente frente un local comercial, que hoy es Plaza Vea de San Felipe.

Tal vez porque sea mi papá y yo no su cliente, no me ofrezca invitarme a irme de su casa donde vivo desde que nací, sino me eché a diario en un lugar que no es olvidado que no será destruido y estará en la familia Rendón como el santuario que don Roberto Rendón Vasquez, construyó para su familia y más que para su familia sea el lugar donde descansen la memoria de Roberto Rendón Zuñiga y Serafina Vásquez Fernández de Rendón, sus padres, mis abuelos y quienes dieron vida junto a los Acat- Koch, a esta familia a la que tal vez no debí pertenecer, pero que los amo como el primer día o noche que recuerdo en mi memoria, cuando mi hermano Roberto jugaba conmigo a ser peluquero y mi papá abrazaba a mi mamá observando lo que yo robé y nunca podré reponer sus marfiles y el cariño que de ellos tres que ya no me pertenece más.

Te amo papá, te amo don Roberto Rendón Vásquez, el primer soñador de la justicia, por lo menos así es dentro de mi.

Con cariño el hijo tuyo que jamás debí ser, Vladimir Rendón Acat.

 

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