Esta es una narración dada después de un hecho ocurrido en
1993 una noche de verano en un lugar cuyo espacio físico aún existe, más no el
alma con el que fue creado, se trata de mostrar como un soñador de la justicia
que dio origen a este blog me mostró como manejar situaciones complicadas,
lección que hasta ahora creo no haber aprendido y él a veces parece no
aplicarlas en mi.
Resulta que mi papá don Roberto Rendón Vásquez, o el doctor
Rendón Vásquez para todos aquellos que lo conocen por su raza y abolengo de
abogado corajudo, un día tenía una practicante en su oficina de nombre Dalmacia
(que hoy en algún lugar del mundo o Lima debe andar) y por aquellos días tenía
un cliente que no recuerdo de cara y nombre, pero si la situación complicada
que aquella noche de verano del 93 pasó.
Este señor tenía un juicio que estaba llevando mi papá como
abogado laboralista y algo desesperado estaba mientras mi papá no llegaba y en
la oficina aquel día o noche estamos Dalmacia, mi hermano (estudiante de
segundo de derecho por entonces) y yo que estaba en vacaciones de tercero de
secundaria.
El señor desesperado, mi hermano y yo de espectadores por
aquel entonces y por supuesto Dalmacia quien tenía que manejar la situación de
un señor que quería respuesta a su juicio, pero mi papá por algún motivo no
llegada.
El señor desesperado (con razón o sin ella no lo sé) perdió
la calma, discutió con Dalmacia y luego disgustado se fue.
Ya en el carro con mi papá, Roberto, Dalmacia explicando la
situación y yo solo creyendo o habiendo sido testigo de lo testarudo que era el
señor, solo escuchaba a mi papá entender el contexto, saber cuál había sido la
reacción de todos y pasó a contar lo siguiente:
“Hace años en la era de las cruzadas había un rey que no
solo era ostentoso, sino como toda persona vanidosa y cuidadosa con recelo de
que lo da y mantiene en su furia de amo todo poderoso lo que nunca os dará, se
estaba ahogando en una laguna de agua tibia y todos sus caballeros con la corte
dorada le decían uno tras otros(eran como 20 según mi papá) ´señor deme la mano y yo os salvo su vida´-por
supuesto el rey no daba la mano y seguía pataleando para lograr no ahogarse-,
así nadie comprendía porque este rey no daba la mano y sin embargo tampoco
quería morir ahogado- quien entiende a este rey tan terco y yoista, se decía en
la corte real, pero en un momento un sirviente de la cocina del rey se acercó y
señaló que salvaría al rey”, eran las palabras de papá al manejar por la
avenida Arequipa y luego dirigirse a la residencial San Felipe, donde su amigo
Fredy Arana nos esperaba para una reunión en su ya extinta agenda de viajes.
Papá que por aquellos días manejaba un Peogueot, color
blanco y se reponía de un accidente en su brazo derecho y tenia como hasta
ahora lo tiene el don de escuchar a todos menos a mí, aunque terco nunca dejó
de ser, seguía contando la historia que de seguro lo marco tanto como a mi.
“Bueno pues el sirviente que conocía bien los gustos del rey
al servirle la comida diariamente se acercó al lago, se arrodillo en la orilla,
extendió su brazo y solo atinó a decir ´su majestad os ofrezco mi mano, pues
usted para dirigir al reino debe de salvarse, porque de ello depende la
felicidad de miles de personas y el futuro de los niños de este lugar´, aquel
rey por supuesto se salvó”.
La moraleja a mis 14 años aún no la comprendía en el segundo
en que mi padre terminó de hablar tomo un respiro, paró en el semáforo de la
avenida Gregorio Escobedo, donde ahora hay un grifo Primax y donde antes se
filmó la novela Natacha, esperó hasta volver a avanzar y dijo este señor que
por aquel momento vestía como siempre y hasta hoy zapatos negros, camisa blanca
y un terno color marrón, que debe estar en el closet de mi abuelo, junto a la
colección de bastones que el padre de mi padre usó hasta el año 2001 en que
falleció don Roberto Rendón Zuñiga.
Y la moraleja en palabras de mi padre fue: “un cliente es un
rey, al que no se puede decir no, tampoco siempre si, pero hay que saber que el
soberano de toda empresa es quien paga por el servicio y hay que buscar la
manera de halagarlo mientras se le hace sentir bien frente a una complicación,
el cliente o rey busca una solución de nosotros y no un problema que llevarse a
su casa, el cliente y el rey buscan irse a dormir sin preocuparse del día
siguiente, solo sabiendo que allí estaremos nosotros para ofrecerle u otorgarle
una solución a su problema”, eran las palabras de mi papá mientras estacionaba
su Peogeot ya inexistente frente un local comercial, que hoy es Plaza Vea de
San Felipe.
Tal vez porque sea mi papá y yo no su cliente, no me ofrezca
invitarme a irme de su casa donde vivo desde que nací, sino me eché a diario en
un lugar que no es olvidado que no será destruido y estará en la familia Rendón
como el santuario que don Roberto Rendón Vasquez, construyó para su familia y
más que para su familia sea el lugar donde descansen la memoria de Roberto
Rendón Zuñiga y Serafina Vásquez Fernández de Rendón, sus padres, mis abuelos y
quienes dieron vida junto a los Acat- Koch, a esta familia a la que tal vez no
debí pertenecer, pero que los amo como el primer día o noche que recuerdo en mi
memoria, cuando mi hermano Roberto jugaba conmigo a ser peluquero y mi papá
abrazaba a mi mamá observando lo que yo robé y nunca podré reponer sus marfiles
y el cariño que de ellos tres que ya no me pertenece más.
Te amo papá, te amo don Roberto Rendón Vásquez, el primer
soñador de la justicia, por lo menos así es dentro de mi.
Con cariño el hijo tuyo que jamás debí ser, Vladimir Rendón
Acat.
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