sábado, 10 de enero de 2015

El legado Ana María: rememorando a los Acat-Koch de clase europea y raza Huaral

Ana María, es mi madre, no se lo digas a nadie, pero yo naci cuando ella tenía 29 y ahora solo atina a decir lo mismo que me dijo a mis 6 años, “tengo 35 y que te interesa”. A ella (Ana María) no la parieron en Huaral, pero llama a aquel pueblo del norte chico limeño: “mi tierra” y le encanta la pachamanca como el pan en las mañanas.

Ella no será millonaria, pero un sol pa su Trome y su pasaje no le falta, tal vez le guste ahora en estos años (del 2010 al 2020) más el Metropolitano que tomar un taxi, en la puerta de su antigua y ya inexistente oficina (por culpa mía) del jirón Contumaza, no sé y me confieso temeroso de preguntar que tanto le gusta caminar por La Parada, decirle compadre y sancuay a sus amigos más cercanos, pero ella es mi madre, mujer de útero y concha bien puesta, porque solo así, aguanta en un amor de discusión y conflicto a mi padre, que también la ama, pero ahora más que amarla la idolatra con la misma fuerza de un niño corriendo atrás de una pelota a más de 2,500 metros sobre el nivel del mar en un viejo Viraco, donde ambos en compañía (uno del otro) no han podido viajar.

Koch-Prattes y Acat Cuan, las dos familias vinieron en barco desde tierras lejanas ((China y Austria), hija primordial y engreída de don Rosendo, se niega a creer que su padre y su madre (mi Meme) partieron al cielo para esperarla en la puerta de San Pedro.

Es que Ana María es creyente, más no católica confesa y lo digo porque en cada misa a la que es invitada a la oración y rezo de “perdona nuestros pecados”, le agrega, “perdona mis deudas por mi hijo (yo) concebida por Saga y crédito de tarjeta”

No sé con exactitud en que parte de Magdalena nació, no sé con exactitud los años de abogada, ni cuanto amor tuvo en su vida donde vio pendejos cojudos y hombres de los cuales la vida hasta ahora no la separó (mi padre, mi hermano, su hermano Carlos y yo), Si de mí se trata de mi, le jode hasta que respire, me ama hasta que suspira en el sueño de su grito de cada noche mama mía: “deja dormir que me despierto a las cinco de la mañana pa que tengas pan y almuerzo”.

Es complicado hablar de mi madre sin decir que Agnes Prattes, la hubiera bendecido y que Koc-kec-Ca la observará siempre como cuando dio sus primeros pasos junto a don Rosendo, no sé como pudo ser peluquera o mejor dicho peinadora y estudiante de derecho, pero cada sábado entre sus 14 y 23 años peinaba a 4 señoras en el segundo piso de un departamento de la cuadra cinco de la avenida Garzón, pensando en que a las 10 am tenía la clase que mi papá dictaba en la San Marcos, ciudad universitaria, templo que vio su primer beso y mirada de esposos que solo los viajes de trabajo pudieron separar por meses, pero no años.


No sé cuánto ella en su vida caminó, no sé cuánto ella en su vida dejo de ganar, pero si sé que se meterá en más problemas y litigios por que trabajar no puede dejar de hacer y ya no es solo por sus hijos y su esposo, es que ese es el ejemplo de los Acat, los Cuan, los Koch, y los Prattes, que así no le guste decirle araron la tierra y probaron mandarina como leche materna, en una tierra donde el barco y el camión de mi abuelo (su papá) los dejó y sembraron una iglesia que prometo un día no dejar caer, así sea solo con la gruta de la no virgen de carne y cuerpo Ana María, señor Roberto o doctor 
 Rendón, es mi madre y su esposa también.

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