La fidelidad es un tema complicado, de hecho ser infiel en el matrimonio, sobre todo para los hombres, es como ser denunciados ante el tribunal fiscal o la Hacienda Pública como me parece se le llama a la agencia cobradora de impuestos, por que todos somos culpables, hasta demostremos inocencia y dejemos la duda para el chisme de los amigos, las amigas de tú esposa y quien joda a tus hijos con un bullying descarnado, que solo se puede dar entre los 10 y 15 años, hasta que paja o la masturbación ganen arraigo en tú cabeza de adolescente rebelde, pero no descarriado.
De hecho ser infiel puede tener dos ramas, una la infidelidad de amante y la otra la infidelidad de querida, en la primera infidelidad podemos decir según mi experiencia de tradición oral oída (por si algún pensado hay), que tiene un lado muy marcado de amor profundo por quien amas en silencio, no quieres ofender, tampoco incomodar para el auditorio, pero si quieres dar una muestra de amor real, que no queda solo en un proceso de acción llevado a cuatro paredes de un lugar discreto, donde solo ella y tú sepan compartir, lo que el transcurso de la vida no les dio y no les volverá a dar.
Esa puede ser una característica de la amante, aquellas que con viejos señores ya pasaron por la ya inexistente cantina Tobara, en una esquina de República de Panamá con Primavera, donde hoy existe tan solo un lugar de venta de preservativos los viernes y sábados por la noche rosa de Lima y que de domingo a jueves, te ofrezcan entre otras cosas medicamentos para la tos y edemas para un examen de conciencia, que responda a la pregunta: Qué tanto has sido capaz de amar a tú mujer o el varón que te acompañó en la vida que un día o una noche decidiste dejar, para un paréntesis de cariño hacer, hacía quien contigo comparte un secreto que llevaran al cielo, donde se saludaran de lejos, por que San Pedro y Dios allí no te aguantan el sultán de un condón, que no supiste con un esposa en la noche de novios usar.
Si hablamos de la otra amante, a la que llamamos querida, recuerda una vieja novela que tuvo dos remake o nuevas versiones en los 90 a inicios o en los 90 a finales, me refiero a los Ricos También llorán para las señoras cincuentonas, Abigail para los más de 35 como yo o María la del Barrio para quienes se alucinaban con Thalía en hotel Melody a la hora de su debut.
Traigo a la memoria está historia por un motivo anexo, pero fuerte en torno a la novela, en los tres casos el señor de casa un potentado, todo adinerado, dejaba a la mujer o señora de casa (Verónica Castro, Catherines Fulop y Thalía) por una nada despreciable y buena moza (como diría un bien tío viudo mío) trabajadora del hogar (por lo menos en Abigail fue así), que se tiró no solo al dueño, sino también su plata y luego se lo banqueteo (por que puso una cafetería) con el dinero que le sabía pedir al ex amante luego de 15 años, bajo el chantaje de confesar el secreto que su hija Mariana, era adoptada.
En la primera infidelidad vemos amor, amor que solo se transmite una vez y que Dios te perdona por que es un escándalo que no se dará, por que así haya sido con la mujer de tú hermano, solo tú, ella y el lugar que los cobijo sabe tal cual como fue esa noche, hora y lugar de encuentro.
En la segunda vemos lo que no es amor y solo es atracción carnal que literalmente te llega a costar un juicio de alimentos con 40% o más de tú sueldo y bienes embargados con la mujer y niño o niña que jamás querrás reconocer.
Como manera de colorario o Colorina de Lucia Méndez, rememorando a una novela de niño Goyito, que nunca dejó lo pituquito, puedo decir que si eres infiel por amor, no se lo cuentes más a la que mujer para la cual guardas el sentimiento incandescente y si eres infiel por pipilectivo, consigo tú abogado de una vez y pon tus bienes a nombres de terceros, que el litigio de alimentos, ahora te lo clavan en la sopa y por el resto de tú vidú.
Confieso no soy un santo, tengo un costal de piedras que no podré tirar por que bien pecador soy, pero la fidelidad, a mi manera de ver, también tiene un tono de discreción, tiene un tono de llevar tú amor a un nivel, que tal vez si leemos la Biblia, ni siquiera Jesús pudo dar.
Que Dios me perdone y el infierno no me acepte por hombre infiel.
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