Buenas
tardes soñadores de la justicia, la verdad había perdido la costumbre de
escribir un post de más de 10 palabras, aunque esta tarde de invierno un calor de mi corazón, mis manos conjuntamente con el teclado me llaman a decir lo que
siento de mi, para contar lo que podría ser una verdad del Perú republicano y
post colonial (que creo nunca lo dejó de ser por la siempre jodida deuda
externa).
Ser peruano
y ser demócrata no es una tarea fácil, tampoco pasiva, es una tarea del día,
día, y de la noche hasta la madrugada, en que la lluvia y las estrellas te
marcan un derrotero de esperanza, no soy perfecto, tengo defectos, si una
virtud tengo díganmela con una mirada de saludo, por que de manera expresa no
lo podré creer.
Vivimos en
un país que lucha por estar en el primer mundo, estando en el tercero y no
queremos pasar por el segundo, es complicado porque socialmente 2y 2 no son
cuatro, parece extraño pero en lugares como Horacio Zevallos, donde vive la
niña Heydi, quien es la única que sonríe cuando camino rumbo a su hogar, 2 y 2
pueden ser 7 por la cantidad de personas que allí hay que alimentar y las horas
que se le roba al día para trabajar.
No vivimos
en un país de maravilla, pero es mejor que muchos países donde la economía
global de mercado a escala mayor han dado la pegada con un desarrollo fuera de
toda índole de inclusión social.
En Lima la
informalidad ha dado la pegada para salir de la pobreza, pero no hemos resuelto
la ecuación servicios básicos con salud y educación sostenida, para saltar a un
lugar que podría compararse con la ya muy sonada Haya (Holanda), primero porque
tenemos enraizada la idea que con un carro y un Ipod somos desarrollados,
cuando en Lima no hay donde estacionar y lo peor no dejamos que la tecnología
nos sirva, sino por el contrario servimos a la tecnológica amarrada en empresas
japonesas con oficinas financieras en Nueva York y marketeras para América
Latina en la gran Buenos Aires (Argentina), si pues adoramos lo extranjero como
un Dios que nos fue traído por la colonia española y donde una Biblia (muy
respetada y sabía por cierto), nos dice la historia de lugares muy alejados de
nuestra realidad.
Somos un
Perú que emerge y se sumerge en un vaso de café comprado en Starbucks, somos un
Perú que adora la hamburguesa con Inca Cola, pero no pensamos en que la
manzanilla es un mejor digestivo para después de almorzar, si esa es la
economía de mercado y el modelo económico que viva la Kiwicha y el queso de
Huancayo.
A decirme verdad
no se en que país vivo, o donde queda el país donde vivo, pueden decirme
América del Sur, se llama Perú, pero la verdad es que si lo vemos así mejor
decimos que vivimos en un país donde la maravilla más grande, es que decir la
verdad y lo que sentimos es un pecado capital, escrito por un Kharisiri o un Quisquicho, soy tan peruano
como la leche Gloria que se exporta a Bolivia, soy tan peruano como el chino
que vende menú a bajo costo y el comerciante de Gamarra que tiro raíces en un
lugar donde el cemente con fierro puesto de manera informal y sin control
municipal, dan vida al emporio y fenómeno económico social más reconocido por
todos los limeños, pero claro allí no aceptan tarjeta Ripley o Saga para
comprar con ofertas y cierra puertas a fin de mes.
¿Qué es el
Perú para los peruanos, me cuestiono mientras paseo con mi perro por dos o tres
parques de Surco en las horas de la madrugada?, parece gracioso, pero la
respuesta me lo dio una trabajadora sexual que me dio píe a conversar y muy
amable me aceptó un yogurt en lugar de chela helada para calmar el lorca de las
hormonas.
“El Perú es
el sitio donde simplemente no te puedes dejar explotar y donde un no, no te
puede derrumbar”, sabía palabras de “Lajus”, como en este escrito la quiero
llamar.
Si el Perú
puede ser eso, muchas veces o casi siempre quiero renunciar a trabajar y vivir repartiendo lo que
escribo por las calles de Miraflores o Barranco, pero no tengo valor para
mendigar, trabajo donde pude acomodarme mejor, siempre tengo miedo de perder lo
único que creo hago regularmente bien, el valor a rectificarme me hace tragarme
mis ajos y cebollas, las Inca Colas que un día me harán sufrir de diabetes, son
la única excusa para no dormir en un frío agosto, que me hizo olvidar que en
septiembre llega la primavera, aunque a decir verdad renunciar es siempre una
opción, más aún cuando a quien tú quieres como tú mejor amigo, te ignora como
el niño que sube a cantar al bus de la avenida Arequipa y no quieres ni
compartir un caramelo de 10 ferros con él, son dólores que la vida te da en
búsqueda de sueños frustrados que te tienes que comer o respirar como el CO2 de
los buses petroleros que circulan por los conos de una Lima que no queremos ver
o mejor dicho que si queremos ver en cada noticiero con crónica policial, cuyo
fin de recorrido es la morgue, un velatorio o un cementerio de arena y agua con
mosquitos muertos, es mi Lima, es mi país, pero no es el lugar que quiero
construir dentro de mí, quiero vivir al lado de una bodega y por donde pase un
señor con corneta en mano y me venda el pan a las seis de la mañana, para que
luego una tamalera me alegre el domingo antes de ir a misa de siete, con un
cántico tradicional, pero perdido en el tiempo: “Revolución caliente música
para los dientes”.
Y este es un
post que título sin dedicatoria, es un post que llamaré, “Siempre contigo Perú
emergente”.
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